viernes, 27 de septiembre de 2013

Fundamentados en la fe

El poder que tienen LAS PALABRAS DE LA FE
Parte IX
Fundamentados en la fe
  
1 Corintios 2:1 al 9
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor;
y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen.
Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria
la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.
Antes bien, como está escrito:
 Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
 Ni han subido en corazón de hombre,
 Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

Pablo llegó a Corinto desde Atenas, donde había intentado, por única vez en su vida, presentar el Evangelio de manera aceptable para la filosofía. Se había reunido con algunos filósofos en el Areópago, y había tratado de hablarles en su mismo lenguaje (Hec_17:22-31 ); y fue allí donde tuvo uno de sus pocos fracasos. Su sermón, en términos filosóficos, produjo muy pocos resultados (Hec_17:32-34 ).

Es posible que se dijera a sí mismo: «¡No voy a repetir la experiencia! Desde ahora, contaré la historia de Jesús con la máxima sencillez. No volveré a intentar envolverla en categorías humanas. No pretenderé saber nada de nada más que de Jesucristo, y de Jesucristo crucificado.»

Es indudable que la sola historia de la vida y obra de Jesús sin más adornos tiene un poder inigualable para mover los corazones. El profesor de Edimburgo James Steward cita un ejemplo. Unos misioneros cristianos habían llegado a la corte de Clovis, el rey de los francos. Contaron la historia de la Cruz; y, mientras hablaban, el anciano rey echó mano a la empuñadura de su espada. «¡Si yo y mis francos hubiéramos estado allí -dijo-, habríamos barrido el Calvario y Le habríamos rescatado de Sus enemigos!» Cuando tratamos con gente normal y corriente, una descripción gráfica de los Hechos tiene más poder que ningún argumento. El camino a lo más íntimo del ser no pasa por la cabeza, sino por el corazón.

Llegó con resultados, y no sólo con palabras. Dice que la verdad indiscutible de su predicación quedó demostrada de manera incontestable por el Espíritu y el poder. La palabra que usa es la que indica una prueba totalmente irrefutable a la que no se puede oponer ningún argumento.

¿Cuál era? Era la prueba de vidas cambiadas. Un poder re-creador había empezado a actuar en la sociedad corrompida de Corinto.

A John Hutton le encantaba contar cierta historia. Uno que había sido malvado y borracho fue capturado por Cristo. Sus viejos camaradas trataban de tomarle el pelo, y le decían: "¡No me digas que un tío sensato como tú puede creer en esos milagros de la Biblia como que Jesús convirtió el agua en vino!»

«Si convirtió el agua en vino o no -contestó él-, no lo sé; pero sí sé que en mi casa Le he visto convertir el vino en muebles y en comida sana y en ropa.»

No se puede discutir la prueba de una vida cambiada. En nuestra debilidad, hemos tratado a veces de convencer a la gente de la verdad del Cristianismo discutiendo, en vez de mostrándoles en nuestras propias vidas lo que Cristo ha hecho con nosotros.
«Un santo, ha dicho alguien, es uno en el que Cristo vuelve a vivir otra vez.»

Pero así como esta sabiduría tiene como base y fundamento inalienable la revelación de Dios a Moisés y a los profetas, y, en el fondo, toda ella se reduce a una constante investigación, iluminación y confrontación de la misma con las experiencias humanas, así también una sabiduría cristiana sólo puede darse sobre la base de la fe, que comienza por exigir la renuncia a una sabiduría propia.

Pablo, si hubiese querido, podría haber usado un estilo ornado, ya que había estudiado la erudición secular en Tarso de Cilicia, la que Estrabón prefería como escuela a Atenas y a Alejandría; allí, sin duda, leyó los poemas del ciliciano Arato (que él cita, Act_17:28), y a Epiménides (Tit_1:12), y a Menandro (1Co_15:33).

El desarrollo intelectual griego fue un elemento importante en la preparación del camino para el evangelio, pero no logró regenerar al mundo, lo que demostró que para esto hacía falta un poder sobrehumano. El poder del Espíritu Santo.

Así pues, los tres elementos: la cultura griega, la política romana y la ley divina dada a los judíos, se combinaron precisamente en el tiempo de Cristo para preparar al mundo para el evangelio.

Para que vuestra fe no esté fundada, es decir que no pienses que su origen y su continuación se debe “a la sabiduría de hombres.”

Es una sabiduría que viene de lo alto y con demostración de Espíritu y Poder.

La gracia no anula la fe.






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