Lucas 22.39
Comparando todos los relatos de esta
escena misteriosa, los hechos parecen éstos:
(1) Mandó que nueve de los Doce quedasen “aquí”, mientras
él iba y oraba “allí”.
(2) El “toma consigo a Pedro y a Jacobo y a Juan, y comenzó
a atemorizarse, y a angustiarse. Y les dice: Está muy triste mi alma, hasta la
muerte”: “Me siento como si la naturaleza se hundiese bajo esta carga, como si
la vida fuese menguando, y la muerte viniera antes de su tiempo”,—“quedaos
aquí, y velad conmigo”; no, “Testificad de mí”, sino “Acompañadme.”. Parece que
le hacía bien tenerlos a su lado.
(3) Pero pronto ellos fueron demasiada carga para él: El
tuvo que estar solo. “Y él se apartó de ellos como un tiro de piedra”; aunque
bastante cerca para que ellos fuesen testigos competentes; y se arrodilló,
pronunciando aquella oración impresionante, (Mar_14:36): “que si fuese
posible,… traspasa de mi este vaso (de su próxima muerte) empero no lo que yo
quiero, sino lo que tú”; dando a entender que en sí era tan completamente
repugnante, que únicamente el hecho de que era la voluntad del Padre, le
persuadiría a gustar de él, pero que en aquel aspecto de él, él estaba
perfectamente preparado a beberlo. No
es una lucha entre una voluntad poco dispuesta y una voluntad sumisa, sino
entre dos aspectos de un solo acontecimiento, un aspecto abstracto y otro
aspecto relativo de él, en uno de los cuales fue repugnante, en el otro
aceptable. Dando a entender cómo se sentía en un aspecto, revela su
hermosa unidad con nosotros en la naturaleza y sentimiento; expresando cómo lo
consideraba a la luz del otro, revela su absoluta sujeción obediente a su
Padre.
(4) En esto, teniendo un alivio momentáneo, porque se le
venía, nos imaginamos por oleadas, él vuelve a los tres, y hallándolos
durmiendo, les habla con cariño, especialmente a Pedro, como en Mar_14:37-38.
(5) Entonces vuelve, no a arrodillarse ahora, sino a caer
sobre su rostro en la tierra, pronunciando las mismas palabras, mas esta vez:
“Si no puede este vaso pasar”, etc. (Mat_26:42); quiere decir: “Sí; comprendo
este silencio misterioso (Psa_22:1-6); no puede pasar; he de beberlo, y quiero
beberlo”; “sea hecha tu voluntad.”
(6) Otra vez, aliviado por el momento, vuelve y los halla
durmiendo “de tristeza”; les advierte como antes, pero pone en ello una interpretación
cariñosa, separando entre el “espíritu presto” y la “carne enferma”.
(7) Volviendo una vez más a su lugar solitario, las oleadas
surgen más alto, lo sacuden más tempestuosamente, y parecen hundirlo. Para
fortalecerlo en esto, “le apareció un ángel del cielo confortándole” no para
proveer luz y consuelo (él no había de tener nada de esto, y los ángeles no
hacían falta, ni eran capaces de comunicarlo). sino solamente para sostener y
vigorizar la naturaleza deprimida para una lucha todavía más violenta y más
feroz. Y ahora “está en agonía, y ora más ardientemente (aun la oración de
Cristo, parece, permitía y ahora exigía tal aumento) y su sudor fue como si
fueran grandes gotas (literalmente coágulos) de sangre que caían sobre la
tierra”. ¿Qué fue esto? No su ofrenda propia de sacrificio, aunque esencial
para ella. Fue sólo la lucha interna, apaciguándose aparentemente antes, mas
ahora surgiendo de nuevo, convulsionando su hombre interior todo, y afectando
esto de tal manera su naturaleza humana, que el sudor manaba de todos los poros
en espesas gotas de sangre que caían a tierra. La naturaleza temblorosa y la
voluntad indómita luchaban juntas. Pero una vez más el grito: “Si tiene que
ser, hágase tu voluntad”, sale de sus labios, y todo termina. “La amargura de
la muerte ya pasó”. El había previsto, y ensayado para su conflicto final, y
ganado la victoria, ahora en este teatro de una voluntad invencible, como luego
en la arena de la cruz. “Quiero sufrir”, es el gran resultado de Getsemaní:
“¡Consumado es!” es el grito que resuena desde la cruz. La Voluntad sin el
Hecho habría sido en vano; pero su obra fué consumada cuando llevó la Voluntad
ahora manifestada al Hecho palpable, “en la cual voluntad somos santificados
por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez” (Heb_10:10).
(8) Al final de toda la escena, hallándolos todavía
dormidos (agotados por la continua tristeza y ansiedad que los afligia), les
manda, con una ironía de profunda emoción: “Dormid ya, y descansad: basta, he
aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de
pecadores. Levantaos, vamos; he aquí ha llegado el que me ha entregado.” Y
mientras hablaba, se acercó Judas con una banda armada. Ellos se habían
mostrado “consoladores miserables”, así en toda su obra estaba solo, y “del
pueblo nadie estaba con él.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario