martes, 23 de septiembre de 2008

El silencio de los inocentes

Desde hace varios años vivimos azorados las dificultades que tienen los adolescentes para la expresión oral y escrita. Pobreza del vocabulario, problemas en la gramática y en la ortografía, la incorporación de palabras extranjeras y otras “yerbas” en su comunicación.


Estamos hablando de algo más que un vocabulario reducido; de una señal que va más allá del uso extendido en el chat y en los mensajes de textos de expresiones como “TKM” en vez de “Te quiero mucho” o las famosas frases como “todo bien”, “súper”, “bárbaro”, “perfecto” o “nada”, para pronunciar lo que sienten y lo que piensan.


La hostilidad verbal que existía en los adolescentes de ayer ha desaparecido, hoy la sustituyen las pocas palabras, la indiferencia y la incomunicación. O en el peor de los casos, responden a su inconformidad con agresión física. Sin mediar palabras, sólo se miran y luego se trenzan a golpes. Lo observamos en escuelas, lugares nocturnos o en zonas en las que se citan sólo para enfrentarse físicamente.



 El efecto de la palabra vacía


 Nos preguntamos: ¿Por qué ellos pasan del sentir a la acción, y no del sentir a la palabra? ¿Será que el pensamiento sin la mediación del concepto los condiciona a un lenguaje elemental y a la agresión física? ¿Por qué usan tan pocas palabras en su vocabulario?


En ámbitos psicológicos europeos se usa la noción de alexitimia, para referirse a la dificultad para nombrar las emociones, ausencia que empobrece el lenguaje que toma carácter formal y sin afecto. En consecuencia, se dice que se produce un vacío en la comunicación, la palabra queda sin contenido, se origina la vacuidad de la palabra, el mensaje usado queda hueco y con un sin-sentido.


Es así que los adolescentes optan por usar más el gesto o la agresión física, que lo verbal. Son adolescentes de muy pocas palabras.


  

La palabra que enmascara la verdad


     Y, lo más increíble en términos de posmodernidad, es que al parecer, los adolescentes aprenden que la palabra puede ser usada para ocultar la verdad. Para ellos, la palabra es explotada por los adultos para disimular la sinceridad.


¿¿¿Queeeé??? Sí, los adolescentes están observando que los adultos usamos la palabra para enmascarar lo que verdaderamente es. Por eso, la palabra les resulta oscura y no la quieren usar. Ese bloqueo para usar la palabra ¿es entonces culpa de nosotros, los adultos?


“Los jóvenes están cansados de oír palabras huecas, repetidas, huidizas, y muchas veces con doble sentido o con hipocresía. Entonces, renuncian al lenguaje hablado y privilegian el movimiento de sus cuerpos y de las imágenes, la palabra tendría que recuperar su valor ético...” comenta el autor teatral Carlos Gorostiza.


Obviamente, también existen otros factores que influyen, como la televisión metiche que entró sin pedir permiso a los recintos más privados de nuestro hogar: el dormitorio, el living, el comedor, y no dejó espacio para la palabra hablada entre los integrantes de la familia.

            Igualmente, influyó en el silencio de hoy, la gran cantidad de tiempo que muchos adolescentes habían vivido en soledad cuando eran pequeñitos. Por muchas causas se quedaron solos, como ser ausencia de los padres por trabajo. Al permanecer solitarios desde la primera infancia, se acostumbraron al silencio y no adquirieron la práctica para compartir el diálogo y se encerraron en su mundo.

  


Quién habla demanda compañía


     Jean-Paul Sartre, filósofo, escritor y dramaturgo francés, dijo que la palabra sacia a quién la pronuncia en cuanto puede dar nombre a la realidad, lo que le produce una verdadera revolución o catarsis al sentir que su alma se aquieta y se purifica.


Adán, el primer hombre, creación directa de Dios, según la Biblia en Génesis 2:20, “puso nombres a toda bestia  y ave  de los cielos, y a todo animal  del campo...”. Y, fue allí, que Adán, en su soledad, al colocarles nombres a estos seres vivos, reconoció el mundo que lo rodeaba y por supuesto, su propia identidad. Y, lo más importante, se dio cuenta que le faltaba algo, una compañía a su altura. Al final del mismo versículo, nos dice “pero entre todos ellos (los animales) no había para Adán ayuda, semejante a él”. Entonces, Dios creó a su compañera: Eva.


La palabra implica presencia directa, quién habla demanda compañía. “Sólo los locos hablan solos” reza el proverbio antiguo. Se necesitan por lo menos dos para entablar un diálogo. Quién habla exige la presencia de otro.


Lamentablemente, la prisa con que vivimos no nos permite hablar ni escucharnos. Corremos y nunca hacemos tiempo para dialogar.

 


Los adolescentes dan sentido a su silencio


     Cuesta encontrar expresiones para decir que algo es bueno o malo, se nos empuja a opinar sobre lo que se conoce poco, no se nos permite decir “no lo sé”, cuando ignoramos algo, es como si todos debiéramos saber de todo. En este extremo se pretende agotar todo significado.


Los adolescentes callan y dan sentido a su silencio,  se niegan a emitir opiniones o a discutir cuando consideran que un discurso está vacío de significado, que el que usa la palabra la utiliza de la boca para afuera, no lo vive.


Y ni hablar de los adolescentes marginados. Los que se drogan, los que contrajeron sida, los que viven en la calle, los que pertenecen a familias disfuncionales, los que no pueden estudiar, los que no tienen posibilidades de trabajar, los que son abusados. Ellos viven en un contexto vacío que los coloca en una exclusión total, que los silencia.


Alguien dijo que hay sólo hay dos situaciones en las que hay que callar: ante una verdad evidente y ante una absoluta estupidez.

 

 

Sustitutos de la palabra

 

Lamentablemente, los adolescentes han reemplazado la palabra vacía de los significados que le dan los adultos, por otro lenguaje de su preferencia; un lenguaje inventado:


Número 1: El mundo de las imágenes. Sino, miren el fenómeno de los Fotologs y el éxito de Youtube, sitios privilegiados de adolescentes en donde ven y suben “de todo”.


Número 2: El mundo de la música que generalmente la escuchan a muy alto volumen para tratar de escaparse de la realidad aplastante. Existen estudios en los que se ha demostrado cómo el impacto de fortísimas ondas sonoras hace entrar a los adolescentes en estados alucinatorios. Aquí, la música funciona no sólo como rebeldía o subversión de la autoridad, sino búsqueda de placer, represión y olvido, una auténtica “amnesia social”. Miren a su alrededor la cantidad de reproductores mp3, los mp4, los ipod, los celulares usados no para comunicarse sino para encerrarse en sus auriculares, escuchando “sus sonidos”.


Otro fenómeno es ver a muchos adolescentes participando en nuevas formas de protesta como las marchas de silencio para reclamar Justicia en casos de abusos del poder. Estas marchas reemplazan la palabra por la presencia y el compromiso, todo en silencio.

 

Para cambiar esta actitud de los adolescentes y revertir la incredulidad de los jóvenes hacia la palabra de los adultos, debemos cuidar lo que decimos, cuidar nuestra palabra.


Cada uno dará cuenta de cada palabra ociosa; debemos hablar verdad los unos con los otros; debemos enseñar y practicar: el no mentir; el no engañar, el no fingir y cuando prometemos algo, cumplámoslo.


Recuperemos el valor de la palabra, los adolescentes y nosotros mismos lo necesitamos.


gen-excelencia.com.ar © 2008 - Argentina - Todos los derechos reservados - Alicia Juárez y Mario Fleita 

Para comentarios o consultas, escribir a sus autores a ministerioexcelencia@yahoo.es